El sistema educativo está viviendo un cambio con el que nadie contaba en unos meses. Es por ello que hoy quiero compartir con vosotros una reflexión sobre el mismo.
Resulta bastante complicado, en tiempos acomodados, encontrar personas que recuerden haber vivido la situación que hoy protagonizamos. No sólo en España, en el mundo entero.
Al lector le sorprenderá saber que durante la Guerra Civil Española, no se cerraron los colegios, salvo algunas excepciones, y por motivos muy puntuales, como la falta de combustible para la calefacción, bombardeos cercanos o la ausencia de medios de transporte para que los chicos de las zonas rurales pudieran acudir a clase.
Si bien es cierto que las condiciones de vida fueron durísimas, el ser humano en su parte animal tiene el gen de la supervivencia. El corazón late, la vida sigue y la educación también.
¿Cómo están cambiando las formas de vida?
En lo personal, creo que estamos asistiendo a un cambio de paradigma que va a modificar el modo de vida de muchas personas. Y ese cambio pasa por la vuelta a ciertas esencias que dábamos por sentadas y que ahora se han demostrado fuera de nuestro alcance.
No era extraño, ya antes de la pandemia, escuchar o leer de familias urbanitas que se hacían con una casa en el campo y construían un hotel rural, huyendo de la prisa y el ruido y dejando atrás carreras profesionales a la que habían dedicado gran parte de su vida. Ahora lo será menos.
Cuando todo esto termine, muchos buscarán el reencuentro con las raíces, la naturaleza, las calles empedradas, el buenos días a desconocidos, los sabores del pasado. Volver a la esencia. En definitiva, volver “a comer tomates que sepan a tomate” que decía Rafael Salas.
¿Y la educación?
En educación, estamos asistiendo a uno de los mayores cambios profesionales que nunca imaginé. Las relaciones personales en la esfera educativa están por completo condicionadas por las normas de distanciamiento y de higiene.
No poder tocar el lápiz de tus alumnos para escribir algo en su libreta acaba resultando pavoroso. Lavarnos las manos periódicamente interrumpiendo las clases, permanecer horas con puertas y ventanas abiertas, recreos sin poder relacionarse ni a penas jugar a los juegos de toda la vida.
Las actividades en Educación Física se han limitado a unas pocas, ante la imposibilidad de mantener contacto físico o poder usar objetos. Las clases de música se limitan a unas pocas actividades. No se puede cantar, ni tocar la flauta. Eso es como decir que no se da música.
En consecuencia, la adaptación educativa, al contrario que la personal, pasa por el axioma de las nuevas tecnologías. “Se me hace imposible corregir una libreta sin tocarla”, me decía una compañera. Lo cierto es que parecía complicado, pero la adaptación está sucediendo. Rápidamente, las personas se adaptan a las nuevas situaciones, salen de su zona de confort y renuncian a costumbres asumidas durante décadas.
Profesores con décadas de experiencia a las espaldas haciendo videoconferencias con padres, escribiendo publicaciones en blogs o creando búsquedas del tesoro para su alumnado, videotutoriales, etc.
No es que reine el entusiasmo. No somos robots. Pero sí se huele el sentido de la responsabilidad. Estamos mejorando día a día, y queda mucho. Será duro, pero esta pandemia nos hará, irremediablemente, menos consentidos. Nacerá una sociedad más madura que, sin duda, disfrutará de un profesorado mejor preparado.
Dentro de esta situación complicada, desde Muteflute queremos que la educación musical no se vea estancada por la crisis sanitaria. Por ello, nuestras sordinas favorecen la práctica desde el hogar sin molestar al resto de convivientes y vecinos. ¿Quieres saber cómo lo consigue?